RECHACEMOS
EL TEMOR A LA MUERTE
EL TEMOR A LA MUERTE
CON EL PENSAMIENTO DE LA INMORTALIDAD
QUE LA SIGUE
QUE LA SIGUE
San
Cipriano
Tratado
sobre la muerte 18,24.26
Nunca
debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino
la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana.
¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio
de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos
resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos
siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados
por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos
que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la
fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto
nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la
pronta venida del día del reino, si nuestro desea de servir en este mundo al
diablo supera al deseo de reinar con Cristo?
Si
el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien
a Cristo, que te ha redimido y te ama? Juan, en su carta, nos exhorta con
palabras bien elocuentes a que no amemos al mundo ni sigamos sus apetencias de
la carne: No améis al mundo - dice- ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al
mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -las
pasiones de la carne y la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero-, eso
no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus
pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe
firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios,
cualquiera que ésta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de
la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos.
Debemos
pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que,
mientras vivimos en él, somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor
aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos
restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras
que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria natural que
tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso;
allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso
grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero
solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros, significará
una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad
plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya
el temor a la muerte, sino la vida sin fin.
Allí
está el coro celestial de los apóstoles, la multitud exultante de los profetas,
la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen
de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que, con el vigor de su
continencia, dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los
que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien,
socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo
del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales.
Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos. Que Dios
vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra
mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto
mayor sea nuestro deseo de él.
R/.
Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor
Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su
cuerpo glorioso.
V/.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con él, en gloria.
R/.
Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.
Oración
Oremos:
Mueve,
Señor, los corazones de tus hijos, para que, correspondiendo generosamente a tu
gracia, reciban con mayor abundancia la ayuda de tu bondad. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
†
(se
hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/.
Bendigamos al Señor.
R/.
Demos gracias a Dios
TO
V34 OL
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