Oración, ayuno y misericordia
San Pedro Crisólogo
Sermón 43
Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se
mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres
resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama,
el ayuno intercede, y la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno
constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.
El ayuno, en efecto es el alma de la oración, y la
misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlas, pues no
pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee
los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que
se compadezca: que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar,
desea que se le oiga, pues Dios presta oído, a quien no cierra los suyos al que
le suplica.
Que el que ayuna, entienda bien lo que es el ayuno; que
preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su
hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la
busca; que responda, quien desea que le responda a el. Es un indigno suplicante
quien pide para sí lo que niega a otro.
Díctate a ti mismo la norma de la misericordia de acuerdo con
la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia
contigo. Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de
ti.
En consecuencia, la oración, la misericordia, y el ayuno,
deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única
llamada, una única y triple petición.
Recobremos, pues, con ayunos lo que perdimos por el
desprecio: inmolemos nuestras almas con ayunos, porque no hay nada mejor que
podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es
un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo
desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para
que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa
para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios, no tendrá excusa, porque no
hay nadie que no se posea a sí mismo para darse.
Pero para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir
después la misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no le riega, el
ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza; lo que es la
lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que
perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios, y siembre
las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no
cosechará fruto alguno.
Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna
tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu
granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir;
al dar al pobre te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro,
no lo tendrás tampoco para ti.
R/. Buena es la oración sincera, con el ayuno y la limosna
generosa; la limosna expía el pecado.
V/. Los que hacen limosnas se saciarán de vida.
R/. La limosna expía el pecado.
Oremos:
Señor, que tu gracia no nos abandone, para que, entregados
plenamente a tu servicio, sintamos sobre nosotros tu protección continua. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
†
(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. Bendigamos al Señor.
R/. Demos gracias a Dios
TC M3 OL L. Patrística

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