Aclamemos al Señor
en esta celebración de santa Marta.
Ojalá escuchéis hoy
su voz:
«No endurezcáis el
corazón como en Meribá,
como el día de Masá
en el desierto;
cuando vuestros
padres me pusieron a prueba
y me tentaron,
aunque habían visto mis obras.
Himno
La mujer fuerte
puso en Dios su
esperanza:
Dios la sostiene.
Hizo del templo su
casa;
mantuvo ardiendo su
lámpara.
En la mesa de los
hijos,
hizo a los pobres un
sitio.
Guardó memoria a sus
muertos;
gastó en los vivos
su tiempo.
Sirvió, consoló, dio
fuerzas;
guardó para sí sus
penas.
Vistió el dolor de
plegaria;
la soledad, de
esperanza.
Y Dios la cubrió de
gloria
como de un velo de
bodas.
La mujer fuerte
puso en Dios su
esperanza:
Dios la sostiene.
Amén.
Dichosos los que
pudieron hospedar al Señor
en su propia casa
San Agustín, obispo
(Sermón 103,1-2.6:
PL 38,613.615)
Las palabras del
Señor nos advierten que, en medio de la multiplicidad de ocupaciones de este
mundo, hay una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía
peregrinos, no residentes; estamos aún en camino, no en la patria definitiva;
hacia ella tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin
embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella,
porque sólo así podremos un día llegar a término.
Marta y María eran
dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus
sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le
servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se
acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una
sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una criatura al Creador.
Le dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que la había de alimentar
con su Espíritu. Porque el Señor quiso tomar la condición de esclavo para así
ser alimentado por los esclavos, y ello no por la necesidad, sino por
condescendencia, ya que fue realmente una condescendencia el permitir ser
alimentado. Su condición humana lo hacía capaz de sentir hambre y sed.
Así, pues, el Señor
fue recibido en calidad de huésped, él, que vino a su casa, y los suyos no lo
recibieron; pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios,
adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los
cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga:
«Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa». No te sepa
mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al
Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor
afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis. Por lo demás, tú, Marta -dicho sea con tu venia, y
bendita seas por tus buenos servicios-, buscas el descanso como recompensa de
tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres
alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos; pero
¿por ventura, cuando llegues a la patria celestial, hallarás peregrinos a
quienes hospedar, hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes
dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz,
muertos a quienes enterrar?
Todo esto allí ya no
existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí seremos nosotros
alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará
su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogía las
migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí
ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos: Os aseguro que los
hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
R/. Después que
Jesús resucitó a Lázaro, le ofrecieron una cena en Betania, y Marta servía.
V/. María tomó una
libra de perfume costoso y le ungió a Jesús los pies.
R/. Y Marta servía.
Oremos:
Dios
todopoderoso, tu Hijo aceptó la hospitalidad de santa Marta y se albergó en su
casa; concédenos, por intercesión de esta santa mujer, servir fielmente a
Cristo en nuestros hermanos y ser recibidos, como premio, en tu casa del cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad
del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
eltestigofiel.org